La noticia de la suspensión de la privatización de la sanidad pública madrileña ha sentado como un agua de agua fría tanto al Gobierno de la Comunidad de Madrid, que se ha visto obligado a dar marcha atrás en un proyecto sin respaldo popular ni judicial, como a las empresas privadas que se iban a beneficiar de ello. ¿Significa esto que la sanidad pública está a salvo? De momento sí, en Madrid. Y aun así está a salvo con sangrientos recortes llevados a cabo desde la entrada del Partido Popular en el Gobierno.
Culpables y víctimas aparte, hay una cosa clara e indiscutible, y es el detrimento de la calidad de la sanidad pública por los recortes aplicados. De esta forma, muchos tratamientos, investigaciones y curas se han quedado fuera de lo cubierto por la Seguridad Social de los ciudadanos españoles. Por lo que, sumado a las largas colas que siempre han ennegrecido la excelente calidad del servicio sanitario público, la imagen y la eficiencia de la sanidad tal como se plantea actualmente resultan altamente debilitadas.
Por ejemplo, si un paciente quisiera realizarse un implante dental en Madrid no podría hacerlo desde la sanidad pública, las residencias geriátricas en Barcelona están colapsadas y cualquier caso de dolor mandibular incluso en ciudades pequeñas como Palencia será tratado con gran lentitud.
No ha de servir esta situación para dejar caer la sanidad pública, uno de los grandes derechos conseguidos desde la instauración de la Monarquía Parlamentaria de España, pero cabe tener en cuenta que hay ciertos temas en los que dadas las condiciones resulta inviable fiarse de ella. Por ello, es necesario volver a aumentar el personal, suprimir normas como el copago o la elevación del precio de una gran cantidad de medicamentos y volver a reconstruir la sanidad pública de todo el país para que tengamos la opción de decidir si queremos optar por la sanidad privada o por la pública según nuestro criterio. Si hubiese avanzado el plan del Gobierno de Madrid, actualmente estaríamos consumiendo sanidad privada disfrazada de sanidad pública. Y, por buena que sea la sanidad privada –que lo es-, el pueblo no lo quiere así.